La vida nos pone pruebas durante el camino. A veces tenemos que elegir entre tomar un atajo o ir por el camino regular. Hasta esta la opcion de caminar el más difícil.
Entre todas las opciones, por momentos basta posarse sobre una vereda entre 2 y 53, o 9 de julio y sarmiento, algunas de esas Calles por donde las masas pasan, a admirar el universo de posibilidades. De mancuernas para fortificarnos. De estetocopios para sentir lo que dice nuestro órgano más importante, el corazón. Reaccionar pero habiendo antes mermado un cambio.
La inconmensurable filantropía con la que se desenvuelven las gentes, que deriva en caminos turbulentos, con toda especie de obstáculos emocionales, irracionales. Escuchar el sonido de nuestra pelvis, amarla y desearla feliz. Eso vuelve más complicada la cosa.
Estos caminos están para ser andados.
Y Quemarnos ahí sobre la perpendicular que nos inclina -hacia el lado derecho- a lacerarnos sobre un colchón de besos húmedos con una pizca de Aire caliente que incendia nuestras almas.
Llegar al punto justo donde entendemos todo, y no al revés. Donde el dolor es suave, y el placer uno solo, fuerte, incesado, lleno de sorpresas para nuestra suerte. Resulta ser así en eso de las 12 cuando nos levantamos de la siesta, después de habernos cansado de la noche, y de la mañana transparente, preparados para un mediodía lleno de transpiración recorriendo nuestros cuerpos, de pies a cabeza, sobre la almohada perpendicular. A veces Buenos Aires es tan esto, tan aquello. Nunca lo otro. Aunque a veces lo sea.
Quizá sea esas ganas de conocer que hay detrás de tus ojos, tu cuerpo, tu cara, y descubrir lo mío en lo tuyo, nueva, diferente, cíclica, cambiante. Y jugar, a ser otros, a ser nosotros, pero siempre a ser.
Entre todas las opciones, por momentos basta posarse sobre una vereda entre 2 y 53, o 9 de julio y sarmiento, algunas de esas Calles por donde las masas pasan, a admirar el universo de posibilidades. De mancuernas para fortificarnos. De estetocopios para sentir lo que dice nuestro órgano más importante, el corazón. Reaccionar pero habiendo antes mermado un cambio.
La inconmensurable filantropía con la que se desenvuelven las gentes, que deriva en caminos turbulentos, con toda especie de obstáculos emocionales, irracionales. Escuchar el sonido de nuestra pelvis, amarla y desearla feliz. Eso vuelve más complicada la cosa.
Estos caminos están para ser andados.
Y Quemarnos ahí sobre la perpendicular que nos inclina -hacia el lado derecho- a lacerarnos sobre un colchón de besos húmedos con una pizca de Aire caliente que incendia nuestras almas.
Llegar al punto justo donde entendemos todo, y no al revés. Donde el dolor es suave, y el placer uno solo, fuerte, incesado, lleno de sorpresas para nuestra suerte. Resulta ser así en eso de las 12 cuando nos levantamos de la siesta, después de habernos cansado de la noche, y de la mañana transparente, preparados para un mediodía lleno de transpiración recorriendo nuestros cuerpos, de pies a cabeza, sobre la almohada perpendicular. A veces Buenos Aires es tan esto, tan aquello. Nunca lo otro. Aunque a veces lo sea.
Quizá sea esas ganas de conocer que hay detrás de tus ojos, tu cuerpo, tu cara, y descubrir lo mío en lo tuyo, nueva, diferente, cíclica, cambiante. Y jugar, a ser otros, a ser nosotros, pero siempre a ser.
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